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V. CANALES DE DISTRIBUCION
Salvo en el caso, que tendremos
ocasi�n de comentar en los temas
siguientes, de venta directa al
consumidor, el flujo de productos en
la moderna distribuci�n se sirve de
una variada serie de �rganos ajenos
a la empresa que reciben el com�n
denominador de clientes o
intermediarios.
Esta �ltima palabra, lleva
lamentablemente, aparejada una carga
peyorativa, de claros tintes demag�gicos;
decimos "lamentablemente"
porque en aras de una simplicidad,
digna de mejor causa, no se efect�a
la distinci�n esencial,
correspondiente a los adjetivos
"�til" o "in�til".
El intermediario in�til es l�gico
que sufra las consecuencias de su
condici�n parasitaria y provoque la
repulsa de la sociedad. Por el
contrario, la actividad del
intermediario �til es digna de
benepl�cito, ya que satisface la
necesidad de situar el producto al
alcance del consumidor, en lugar y
momento adecuados, de acuerdo con
los objetivos de las pol�ticas de
distribuci�n. Es natural que por su
acci�n recoja un beneficio; el
temor general es que sea abusivo. En
r�gimen de competencia, el
mecanismo de los diversos factores
que inciden en el mercado evita,
cuando funciona correctamente esta
posibilidad para el intermediario �til.
A �l es a quien nos referimos en
este bloque.
Al hablar de la corriente de
productos debe continuar entendi�ndose
en sentido amplio, ya que no es
ajena la existencia de los canales
de distribuci�n a la problem�tica
de los servicios. As� vemos, por
ejemplo, de acuerdo con una positiva
distribuci�n de funciones, el
desarrollo paralelo de agencias de
viaje mayoristas y detallistas, cada
una de las cuales cumplen su
finalidad, las primeras organizando
y preparando en gran escala un n�mero
reducido de itinerarios para servir
a la agencia detallista, la cual
pone a disposici�n del consumidor,
en este caso el presunto viajero, la
m�s amplia gama de posibilidades.
V.1. EL CLIENTE INTERMEDIARIO
El Derecho Mercantil nos informa
que se considera cliente a
"toda persona, natural o jur�dica,
que de un modo habitual mantiene con
una empresa relaciones de
demanda". Es evidente que
dentro de este concepto queda
incluida la figura del consumidor.
A efectos pr�cticos, sin
embargo, precisamos que cuanto a
continuaci�n se analiza hace
referencia al cliente intermediario,
haciendo abstracci�n de sus
caracter�sticas como consumidor
final a pesar de que en la realidad
nadie escapa a la condici�n de
consumidor.
Por otra parte, en marketing se
ampl�a el contenido puramente
mercantil del t�rmino cliente, al
distinguir entre el cliente efectivo
y cliente potencial, constituyendo
este �ltimo el universo de posibles
compradores, que no est�n ligados
en un momento determinado por ning�n
v�nculo actual de demanda de los
productos de una empresa.
El cliente intermediario ofrece
un amplio espectro de motivaciones,
generales y espec�ficas.
Motivaciones generales son las
propias del consumidor, que han sido
objeto de an�lisis al tratar del m�s
importante de los determinantes del
marketing. Incluso en la compa��a
aparentemente m�s despersonalizada,
el comprador efectivo es un hombre o
grupo de hombres, incapaces de
separar en t�rminos absolutos su
condici�n de ejecutivos, de su
forma de ser y pensar personal. M�s
a�n en el caso de comerciantes
individuales.
De ah� que toda motivaci�n de
un consumidor, tanto las de tipo
consciente como las inconscientes,
deba tenerse en cuenta en el momento
de plantear la estrategia que ha de
llevarnos a la conquista del
cliente.
Sin embargo, normalmente, resulta
de mayor eficacia el aprovechar las
motivaciones espec�ficas del
cliente-intermediario. A una
encargada de una boutique, puede no
agradarle un determinado modelo de
vestido femenino. Sin embargo, si
presume que existir� una fuerte
demanda del mismo, con la
consiguiente facilidad de venta,
probablemente adquirir� el modelo
en cuesti�n, ya que el peso de la
motivaci�n espec�fica, como
encargada, de tener en su
establecimiento art�culos de venta
f�cil y segura, ser� sin duda
superior a sus motivaciones
personales. Lo ideal es que unas y
otras se yuxtapongan, pero este
ejemplo caracter�stico revela la
importancia primordial de las
motivaciones espec�ficas sobre las
generales.
Las motivaciones espec�ficas del
cliente, pueden ser al igual que las
del consumidor, conscientes o
inconscientes. Recordemos que las
primeras son fruto de un an�lisis
racional, mientras las segundas
provocan el impulso de compra por
causas que radican en el
subconsciente de la persona
motivada.
Las motivaciones conscientes m�s
destacadas de un intermediario son:
Facilidad de venta del
producto
Amplitud del margen
Seguridad |
T�cnicamente hablando, a la
facilidad de venta de un producto,
se la denomina rotaci�n, en la
terminolog�a del comercio. Es la
primera de las motivaciones, de
valor tanto m�s acusado cuanto m�s
descanse en un an�lisis econ�mico
la decisi�n de compra.
Nunca ser� demasiada la
importancia que en el seno del
marketing se conceda a las
motivaciones. Constituyen la base m�s
s�lida sobre la que apoyar toda la
argumentaci�n de venta.
Por ello, el vendedor h�bil
sacar� el m�ximo partido de las
mismas, dramatiz�ndolas si es
preciso, ante el presunto comprador.
La rotaci�n del producto es una
de las mejores fuentes de
argumentaci�n positiva. Para hacer
m�s evidente su impacto, comparemos
dos casos extremos: la adquisici�n
para la venta de una joya y el mismo
importe invertido en peri�dicos
diarios. Destinando la misma cifra
de 100.000 pesetas a uno y a otro
fin, en el supuesto de que la joya
se venda a los dos a�os con un
margen del 100% y los diarios todos
los d�as ganando solamente un 2%,
el resultado final ser� el
siguiente:
Alternativa A: Adquisici�n y
venta de la joya:
- Inversi�n, 100.000 pesetas
- Margen, 100% = 100.000 pesetas
- Tiempo de recuperaci�n del
capital, 2 a�os
- Beneficio anual, 50.000
pesetas = 50%
Alternativa B: Adquisici�n y
venta de peri�dicos diarios:
- Inversi�n, 100.000 pesetas
- Margen diario, 2% = 2.000
pesetas
- B�anual, 2.000 pesetas x 365
d�as =730.000 = 730%
Aunque en realidad, alternativas
tan dispares no se presentan con
frecuencia, el cliente sabe que la
rotaci�n es la piedra angular del
edificio de su negocio, y por
principio todo cuanto la favorezca
es conscientemente bienvenido.
La amplitud del margen es la
segunda de las motivaciones
conscientes. Una de las necesidades
vitales del intermediario es la de
mantener su negocio y progresar en
su esfera de actividad. Ello depende
de la diferencia entre dos
variables, los ingresos y los
gastos. Cuanto m�s amplio sea el
margen, a igualdad de rotaci�n,
mayor ser� el beneficio. De ah� la
fuerza de esta motivaci�n.
La seguridad de venta es una
tercera motivaci�n b�sica. Incide
directamente sobre el deseo de
evitar la p�rdida que un producto
invendible representa. Las rebajas,
saldos y fines de temporada, no son
m�s que manifestaciones del deseo
de dar salida a todo producto
almacenado y de dif�cil venta.
Este es uno de los pedestales en
que las empresas de prestigio se
apoyan, en su lucha frente a los
advenedizos. Esta es tambi�n una de
las grandes dificultades a vencer en
toda introducci�n de nuevos
productos: la seguridad de la venta
de un producto es una motivaci�n
que suele desperdiciarse f�cilmente.
Nos estamos refiriendo a lo
equivocada que acostumbra a ser, en
el 99% de los casos, cualquier
decisi�n tendente a despojar a la
venta de la firmeza que debe ser una
de sus notas m�s acusadas. Vender
en dep�sito o a consignaci�n es un
boomerang que se estrella contra
quien lo ha lanzado. No dir�amos lo
mismo si trat�ramos del consumidor,
al que esl�ganes del tipo del que
usa Sears "satisfacci�n
garantizada o le devolvemos el
dinero" son una clara y eficaz
incitaci�n a la compra.
Cuando nos enfrentamos con
detallistas o almacenistas de
suficiente madurez, la proposici�n
de venta en dep�sito, tanto si es
aceptada o rechazada, provoca el
convencimiento de que el propio
fabricante no est� completamente
seguro de que el producto vaya a
satisfacer una aut�ntica necesidad
del mercado. Como la falta de
seguridad es fatalmente contagiosa,
un productor inseguro no puede
aspirar a la conquista de clientes
convencidos. Por ello una oferta en
consignaci�n, excepto si
determinadas y claras circunstancias
la hacen explicable, genera un
sentimiento de duda con lo que queda
demostrado el boomerang de quien
pretenda aprovechar la motivaci�n
"seguridad" con el se�uelo
de una venta no firme.
Las motivaciones subconscientes
se diferencian de las anteriores por
dos motivos fundamentales, porque
afectan m�s al sentimiento que a la
raz�n y por la conveniencia de
dejarlas inadvertidas para el propio
cliente quien probablemente se
sentir�a molesto si descubriera que
se ha movido en el sentido que nos
interesa, motivado por alguno de los
impulsos subconscientes, que la
moderna psicolog�a ha revelado con
claridad.
De la numerosa gama de
motivaciones subconscientes que un
cuidadoso an�lisis es capaz de
mostrarnos, citaremos las
siguientes:
- Trato diferencial
- Sensaci�n de buen
negociante
- Importancia del ego
- Temor al convencimiento
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El trato diferencial para un
cliente, respecto a sus
competidores, normalmente tambi�n
clientes, efectivos o potenciales,
se convierte en un deseo, a veces
inconfesado, que en multitud de
ocasiones nada tiene que ver con las
condiciones o los resultados
tangibles que se pueden derivar de
esta peculiar situaci�n en que
pretenda colocarse.
Bien es sabido que, propiamente,
no es funci�n de un director
comercial la de vender, sino hacer
lo preciso para que los vendedores
cubran adecuadamente esta necesidad
de la empresa. Sin embargo, para
muchos m�s clientes de los que a
veces imaginamos, el ser recibidos
por un directivo de tal categor�a
con motivo de una visita a la
empresa es causa suficiente para que
en lo sucesivo incrementen su cifra
de negocio. Esta es una simple
muestra del efecto de la motivaci�n
"trato diferencial"
La sensaci�n de ser un buen
comprador es una motivaci�n sutil
por la que el cliente desea, despu�s
de realizado un acto de compra,
sentir que ha salido favorecido en
la transacci�n, porque el valor de
lo que ha conseguido supera la
contrapartida que �l deber�
abonar.
Cuando esta motivaci�n no se
satisface plenamente, se corre el
riesgo, confirmado muchas veces, de
las anulaciones inexplicables e
injustificadas de pedidos. En el cap�tulo
26, al estudiar las t�cnicas de la
venta personal, se expondr�n las
caracter�sticas de la venta a alta
y baja presi�n, sus ventajas e
inconvenientes. Adelant�ndonos a
las conclusiones que all� se sacar�n
puede afirmarse que aunque en l�neas
generales la venta a alta presi�n
es necesaria, la m�xima eficacia se
consigue con una sabia combinaci�n
de los dos tipos.
Ello es as�, por cuanto una
cierta dosis de aparente desinter�s
en el acto de vender, estimula la
motivaci�n subconsciente del
comprador a sentirse un buen
negociante, ya que en su interior
deduce que debe ser de su inter�s
efectuar una operaci�n, cuando la
persona del vendedor no parece que
muestre excesivo entusiasmo en
rematarla. Evidentemente, vender por
este sistema tiene ciertas
similitudes con dejar de jugar
fuerte con un p�ker en las manos,
para provocar una mayor apuesta del
contrincante. Es arriesgado, pero si
sale bien, el resultado es
espectacular.
De todos es conocida la
importancia que nos concedemos a
nosotros mismos. No es casual que en
una comprobaci�n realizada sobre un
n�mero de conversaciones telef�nicas
en la ciudad de Nueva York la
palabra que fue repetida un mayor n�mero
de veces fuera el pronombre
"yo".
Parecen insignificancias, pero no
lo son, el dirigirnos a un cliente
por su nombre al saludarlo, el
fingir que en una compra importante
realizada por un establecimiento
industrial, la decisi�n a nuestro
favor procede del encargado de
compras que nos trasmite el pedido,
cuando la realidad es que la
adquisici�n ha sido provocada desde
un estamento superior, la adulaci�n
matizada hasta hacerla
irreconocible, pero captada por el
aludido, etc.
Tacto es el adjetivo apropiado
para el debido aprovechamiento de
esta motivaci�n. Con �l se llega a
conseguir algo tan importante como
dif�cil de calibrar, la seguridad
de que en igualdad de condiciones
con la competencia, el pedido ir� a
nuestra cartera. Nada m�s, pero
nada menos que esto.
Finalmente, una motivaci�n de
sentido claramente negativo es la
del temor a ser convencidos contra
nuestra voluntad. Por falta de
personalidad, por ignorancia o
simplemente por pereza mental, el
cliente, ante una preposici�n
nueva, contra la cual no tiene
argumentos s�lidos en que basar su
negativa, recurre inconscientemente
al caparaz�n protector, bajo el
cual se escuda en una posici�n de
defensa, que puede llegar a ser
imbatible.
No es extra�o que las personas
que dominan el arte de vender,
aunque parezca parad�jico, no
intenten convencer al cliente,
porque temen fundamentalmente la
aparici�n de esta coraza
infranqueable; sugieren y, con
preguntas apropiadas sabiamente
dispuestas en el transcurso de la
conversaci�n, no s�lo van inform�ndose
del grado de madurez en que su
oferta se encuentra, sino que por
encima de todo provocan que sea el
interlocutor quien aparentemente
construye el hilo de la argumentaci�n
que le llevar� a la compra, con la
tranquilidad interior de no haber
sido convencido por nadie.
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