Despreciado desde siempre por los redactores, el folleto es, sin embargo,
una pieza que
permite desarrollar profusamente las ideas al disponerse de
mucho m�s espacio que en
un aviso.
Esta
ventaja es poca cosa comparada con la satisfacci�n de ver el aviso, que
uno ha redactado,
en el diario del domingo. Y el hecho de saber que ese d�a
tres millones de personas lo estar�n leyendo.
Basta
con mirar los anuarios europeos y estadounidenses de publicidad, para
comprobar que los
folletos pueden contener mensajes cautivantes. (Es una
pena que, en esas fotograf�a de folletos,
el tama�o impida leer los
textos.) El folleto es casi como un aviso tridimensional, pero sin dejar
de ser lo que es.
Partes del folleto
Todo
folleto suele presentar:
-
Titular de tapa
- Titulares internos
- Texto
- Logotipo de cierre
Los
titulares internos se hacen imprescindibles cuando el texto es abundante y
resulta
imperativo ir agrupando los datos.
Las
funciones de las dem�s partes son similares a las del aviso publicitario,
aunque con
un mayor caudal de argumentos para el lector.
Dividiendo
la informaci�n
Presentar
la informaci�n en secciones no s�lo facilita la lectura del folleto:
tambi�n simplifica
el trabajo del redactor, que puede de esa manera
organizar mejor todo el material de que dispone.
Es
adecuado que esa divisi�n vaya
1.
Desde lo m�s sencillo hacia lo m�s complejo
2. Desde lo conocido hacia lo desconocido
3. Desde lo central hacia lo accesorio
4. Desde el pasado hacia el presente, o desde el presente hacia el futuro
Tambi�n,
los datos pueden ordenarse jer�rquicamente a partir de estas preguntas
acerca
del producto o servicio:
.
�Qu� es?
. �Para qui�n es?
. �Para qu� sirve?
. �Qu� aspectos lo caracterizan o diferencian?
. �Cu�nto cuesta?
. �D�nde se consigue?
. �Qui�n est� utiliz�ndolo?
. �D�nde se puede obtener m�s informaci�n?
No
hay que temerle a la obviedad. Todo lo que para el redactor pueda parecer
conocido, posiblemente no lo sea para quien hasta ese momento ni escuch�
hablar de ese producto. A menos que uno se est� dirigiendo a un p�blico
con experiencia en el tema, habr� que considerar que el estilo did�ctico,
en el fondo, todo el mundo lo agradece.
Eso
fue tenido en cuenta cuando en Argentina se lanz� el sistema de jubilaci�n
privada, por medio de las administradoras de fondos de jubilaciones y
pensiones �AFJP�. En los folletos hubo que empezar por explicar c�mo
se hab�an realizado hasta entonces los aportes. Y luego, c�mo se
realizar�an en adelante, para quienes se unieran al nuevo sistema.
S�lo
entonces se pudo hablar en el folleto de cada AFJP en particular, sus
valores, su respaldo, sus diferenciales.
Lo
mismo hizo el Gobierno Auton�mico de Catalu�a, una de las divisiones del
estado espa�ol, para explicar una antigua tradici�n de la regi�n:
regalar a hombres y mujeres por igual, una rosa y un libro, en el d�a de
San Jorge, patrono de los catalanes.
Naturalmente, el folleto iba dirigido a personas que no conoc�an la
costumbre.
La
portada del folleto dec�a:
23
de abril,
San
Jorge
Libros
y rosas
�Por
qu� Catalunya te regala una rosa?
Al
abrirlo, se ve�a la cl�sica imagen de San Jorge montando en su caballo,
y con una lanza matando a un drag�n. Debajo:
Esta
es la historia de Sant Jordi,
un
drag�n, una rosa,
millones
de libros y un
pa�s
llamado Catalunya.
Ya
en el interior del folleto, se desplegaba el texto:
Erase
una vez un pa�s llamado Catalu�a en el que habitaba un poderoso
caballero que por gracia divina se convirti� en h�roe de una gesta
caballeresca. Dicen que asolaba la regi�n un monstruo terrible y feroz,
que pose�a las facultades de caminar, volar y nadar, y que con su aliento
siniestro quemaba bosques y cosechas. Aterrorizados, los habitantes del
lugar decidieron ofrecerle diariamente una persona en sacrificio para
calmar su ira.
Y
as� lo hicieron durante muchos a�os, hasta que un d�a quiso la suerte
que la hija del Rey fuese destinada a servir como alimento del drag�n.
Muchos se ofrecieron para sustituirla, pero el Rey no acept�. Con el
coraz�n lleno de dolor, oblig� a la gentil Princesa a cumplir su cruel
destino. Pero sucedi� que, estando a punto de ser devorada, apareci� un
joven caballero montando en un corcel blanco y ataviado con una armadura
dorada y brillante. Era el noble Sant Jordi que hab�a llegado para
salvarla.
La
batalla que sigui� fue salvaje y desigual, pero como el bien siempre
triunfa, Sant Jordi logr�
ensartar su lanza en el coraz�n del drag�n. Y cuenta la leyenda que de
esa mortal herida brot� sangre y de la tierra que recibi� esa sangre
brotaron rosas rojas, las m�s hermosas que jam�s se han visto. Seducido
por su belleza, Sant Jordi cogi� la m�s luminosa de todas y se la entreg�
a la Princesa como s�mbolo de su eterno amor.
Desde entonces han pasado muchos siglos, pero el drag�n sigue estando
entre
nosotros. Hoy se llama incultura, violencia y odio. Por eso, cada 23 de
abril
todos los catalanes nos convertimos por un d�a en Sant Jordi y
celebramos
el D�a del Libro y de la Rosa regalando a nuestras personas
queridas una rosa y un libro, como s�mbolo de belleza y cultura, de amor
e
inteligencia.
As�
son las tradiciones de nuestro pa�s, Catalu�a. Un pa�s mediterr�neo,
avanzado y creativo, integrado por personas con iniciativa y mentalidad de
futuro. Un pa�s que exporta tecnolog�a de vanguardia, maquinaria
industrial, autom�viles, productos farmac�uticos, frutas y vino... y que
ahora, adem�s, se ha convertido en el primer exportador mundial de
emociones. Porque desde este a�o, el 23 de abril, d�a de Sant Jordi, ha
sido declarado por la Unesco D�a Mundial del Libro.
En
Catalu�a nos sentimos orgullosos de que una de nuestras tradiciones m�s
arraigadas empiece a extenderse a todo el mundo. Por eso, queremos
celebrarlo contigo regal�ndote una rosa por la compra de un libro. Un
libro que quiz�s te cuente una historia tan fant�stica como la de Sant
Jordi, el drag�n, la rosa, millones de libros y un lejano pa�s llamado
Catalu�a.
En
la contraportada del folleto aparec�a, junto a su logotipo, el firmante:
Generalitat de Catalunya, Gobierno Auton�mico de Catalunya.
Es importante hacer notar que las dobles graf�as en espa�ol y catal�n
(San Jorge�Sant Jordi; Catalu�a�Catalunya) se citaban as� en el
folleto.
Otro
ejemplo de folleto es el que produjo una empresa de tipograf�a.
En
la portada se le�a:
Giambattista
Bodoni
Debajo
aparec�a la imagen de su rostro. A continuaci�n:
Ornamentos
y
al pie, el nombre de la empresa
Stone
Type Foundry Inc.
Al
abrir el folleto, y antes de un espl�ndido muestrario de 92 ornamentos
originales, el texto explicaba:
Los
Ornamentos ITC Bodoni
Giambattista
Bodoni (1740-1813) es conocido por sus magn�ficas tipograf�as creadas a
lo largo de su carrera de cuarenta y cinco a�os como impresor del Duque
de Parma.
Los redise�os de su familia de letras se encuentran entre los m�s
populares del este siglo. La tipograf�a que usted est� leyendo ahora es
ITC Bodoni.
Bodoni
tambi�n cre� un gran n�mero de otras tipograf�as que, hasta ahora, no
han sido difundidas.
Los ornamentos que aparecen aqu� son parte de ese tesoro oculto. Y fueron
seleccionados por Summer Stone entre la gran variedad que aparece en el Manuale
Tipografico de Bodoni, de 1818.
Stone digitaliz� las versiones de esos ornamentos agreg�ndolos a la
familia ITC Bodoni, que ahora presenta Stone Type Foundry.
El
origen de la forma de los ornamentos fue descripto por un contempor�neo
de Bodoni, Edward Rowe Mores, en 1778:
�Nacieron
de las figuras de objetos reales naturales y artificiales, civiles y
militares, as� como de semillas y flores del campo y del jard�n, hojas,
ramas, frutas, cestas de flores, macetas, urnas, cruces, estandartes,
espadas, lanzas inclinadas, y otros modelos tomados del reino de la
naturaleza y de la her�ldica.�
Una
aclaraci�n final, acerca de la imagen de la portada:
Retrato
del joven Bodoni, por Giuseppe Baldrighi,
dibujo
al carb�n (14 por 8 pulgadas)
Museo
Glauco Lombardi, Parma
En
la contraportada se mencionaban todos los datos de Stone Type Foundry Inc.
El folleto iba acompa�ado adem�s de un volante para adquirir los
ornamentos solicit�ndolos por tel�fono, e-mail y fax.
El texto publicitario para el
folleto
En el plano literario, se dice
que el cuento �donde no hay tanto espacio� opera por sustracci�n, y
la novela lo hace por adici�n.
Y mientras en el cuento hay tensi�n, en la novela hay extensi�n.
A�n quienes no acepten que el cuento es lo m�s cercano a un texto
publicitario, considerar�n lo del escritor Julio Cort�zar: �La novela
gana por puntos; el cuento, por knock out�.
O lo que mencion� otro escritor: �Como no ten�a tiempo, escrib� una
novela�.
Caracter�sticas
Un buen texto publicitario deber�a
ser:
1. Sint�tico. Lo cual no quiere
decir breve, sino que no posee nada superfluo.
2. Consistente. Un publicitario
dec�a que deb�a haber una idea en cada frase.
3. Estimulante. Impulsa a la
acci�n. O lo que es lo mismo, evita que la gente exclame ��Qu� buen
aviso!� y, en lugar de eso, piense ��Necesito ya mismo ese
producto!�. David Ogilvy comentaba: �Cuando hablaba Esquines, dec�an:
��Qu� bien habla!�. Sin embargo, cuando lo hac�a Dem�stenes, dec�an
��Marchemos contra Filipo!�.�
4. Tenso: da la sensaci�n de
que algo va a ocurrir.
5. Claro. Evita la jerga: muchas
empresas tienen nombre internos para llamar a sus productos o a algunas de
sus particularidades. Es importante evitar que ese lenguaje pase a los
avisos: los lectores no son empleados de la empresas, son extra�os a
ella.
Requisitos de la redacci�n
Watson Dunn explica que todo
texto publicitario tendr�a que cumplir con estas pautas:
1. Claridad. Los ling�istas
reconocen tres niveles de lengua o comunicaci�n verbal: superior, medio e
inferior.
El superior es el acad�mico, el cient�fico, aquel que s�lo puede ser
entendido por personas adentradas en la materia. Tambi�n es el lenguaje
de la formalidad. Un ejemplo: inquisidor.
El nivel medio es el de la conversaci�n formal. Siguiendo con la misma
palabra del ejemplo anterior, para este nivel la correspondiente ser�a curioso.
El �ltimo, es el inferior: el amistoso, familiar. Incluso todo argot o
lenguaje entrar�a en esta categor�a. El ejemplo: pregunt�n.
Esta clasificaci�n es puramente descriptiva: un nivel inferior no implica
un juicio moral hacia las palabras que lo componen.
La publicidad se mueve generalmente en los niveles medio e inferior. El
lenguaje superior queda reservado a folletos t�cnicos o publicaciones
especializadas: dos �mbitos a los que los redactores publicitarios no
suelen tener acceso. La claridad no tiene tanto que ver con qu� palabras
se usan, sino a qui�n uno se dirige con ellas.
2. Brevedad. Se habla de que �sta
es una de las virtudes de una buen texto. Pero al mismo tiempo hay casos
de excelentes avisos con textos que pueden considerarse largo. M�s bien
habr�a que indicar que un buen texto tiene la cantidad exacta de
palabras. Algo que, naturalmente, es muy dif�cil de calcular.
3. Naturalidad. �Ser natural es
ser espont�neo? La naturalidad deber�a entenderse como esa capacidad
para que el texto suene familiar, no forzado ni impostado. Ser natural es
lograr una escritura que aparezca muy fluida a los ojos del lector. Y para
alcanzar este summum, es preciso corregir bastante el primer texto
surgido.
4. Correcci�n gramatical.
Ninguna ley obliga al redactor publicitario a saber las leyes de la
ortograf�a de memoria. Pero es algo inherente a su profesi�n el escribir
bien, sin fallas en la ortograf�a ni en la sintaxis. Y, atenci�n, que no
se habla de escribir m�nimamente
bien.
Partiendo de la base de que quien redacta lo hace de manera correcta,
posee el derecho de tener siempre a mano un diccionario. Y a responder
�No me acuerdo, voy a ver el diccionario� cuando una palabra genere
dudas en la persona que lo consulta.
Cada vez m�s, los procesadores de palabras incluyen excelentes
diccionarios. Pero no se puede confiar en que ellos resuelvan los
problemas de base del redactor.
Palabras permanentes y palabras perecederas
Hay palabras de moda y hay
palabras que pasan de moda. �Qu� importancia tiene esto, si de todas
maneras los avisos son hechos para el momento y no para la posteridad?
Las dos cuestiones tienen algo de verdad, pero no toda. Ante ese hecho, lo
mejor ser� tomar por el camino del medio y evitar ciertos lenguajes muy
espec�ficos.
Por ejemplo, el lenguaje juvenil. Por un lado, est� el problema de su
veloz mutaci�n. Por el otro, la eterna pregunta: �les gusta a los m�s j�venes
que se les hable en un propio idioma? �No podr�an llegar a sentir que es
una burla a su manera de comunicarse? �No creer�n que se trata de un
simple truco para atraer su atenci�n?
Otro ejemplo: el lenguaje soez o vulgar. No se trata aqu� de las malas
palabras. Cualquier forma de vulgaridad si bien puede ser llamativa al
principio, no hace sino manchar la trayectoria de la marca, el producto,
la agencia publicitaria. Siempre el esc�ndalo ha sido utilizado para
atraer r�pidamente la atenci�n. Como los fuegos artificiales, su efecto
es impactante y ef�mero.
Lo mismo sucede con el lenguaje excesivamente coloquial. Ser familiar no
implica necesariamente que deban emplearse las construcciones de ese tipo
para la escritura. Casi nunca se deber�a escribir de la misma manera como
se habla.
Aunque la procacidad y la chatura parecieran estar en pleno auge, Orson
Wells ten�a muy claro c�mo actuar: �La moda es un signo de segunda
categor�a. A la postre, seremos juzgados no por el grado de nuestra
incorporaci�n a la corriente principal, sino por nuestra respuesta
individual a ella.�.
Palabras fr�as y palabras calientes
Hasta tanto no se invente un
term�metro para palabras, cabr� preguntarse: �es lo mismo detestar que odiar? Un
ejemplo se encuentra en este titular:
El Banco Victoria
busca
peque�as empresas
que
odien la palabra
�peque�as�.
La fuerza, la carga sem�ntica
de odiar no se encuentra en detestar.
En los titulares, sobre todo, una palabra caliente suele resultar m�s gr�fica
que otra que no lo es. Aunque, claro, el l�mite es impreciso y no existe
un listado de palabras para ambas temperaturas.
Sin embargo, como una gu�a para reconocer las palabras calientes, se podr�a
asegurar que:
1. Son de uso cotidiano, pero no
vulgar
2. Son m�s fuertes que
cualquier sin�nimo
3. Remiten a una imagen
4. Resultan ligeramente
agresivas.
Palabras atrayentes y palabras repulsivas
Primero est�n los conceptos.
Luego llegan las palabras y todos se complica. Un mismo concepto puede
convertirse en algo deseable o detestable seg�n c�mo se lo exprese.
Existe un antiguo juego ling��stico que consiste en variar determinada
caracter�stica seg�n la persona sea yo,
t� o �l.
A modo de ejemplo: �Yo tengo el don de la palabra. T� eres verborr�gico.
El es un charlat�n�.
El experto en el complejo arte de vender, Tom Hopkins, presenta una lista
de t�rminos para quienes se dedican a esa especialidad:
Palabras
que lo enredan,
palabras
que lo ayudan.
No
diga
Diga
Contrato
Convenio, formulario
Costo
o precio
Inversi�n, cantidad
Cuota
inicial
Inversi�n o cantidad inicial
Comprar
Poseer
Problema
Desaf�o
Comisi�n
Remuneraci�n por servicio
Firmar
Aprobar, confirmar, autorizar
Puede parecer un listado hecho
por sofistas. Quiz�s lo sea.
En cualquier caso, hay que recordar que la publicidad debe apelar a las
emociones m�s placenteras del ser humano, para persuadir.
Cada palabra corresponde a una emoci�n. Cuando una persona oye una
palabra, ve mentalmente lo que
ella le sugiere y se produce una emoci�n.
Algunos t�rminos, como tr�mite,
tienen una connotaci�n negativa para todos, y por lo tanto se deber�a
huir de ellas como de la peste. Otros, como vacaciones,
remiten a una emoci�n agradable compartida por la mayor�a.
Lo anterior est� muy lejos de los que se consideran textos
bonitos. Se busca aqu� un discurso convincente, que apele a las
mejores emociones, a los valores universales que todo consumidor desea
experimentar una y otra vez.
Uso de verbos y control de adjetivos
El t�tulo deliberadamente no es
Uso de verbos y de adjetivos.
Los verbos le dan al texto publicitario una din�mica especial. Le
imprimen un sentido de movimiento. Y ponen al producto en acci�n.
Los adjetivos operan como frenos. Peor que eso: son limitados.
�Qu� puede decirse de un producto? Que es magn�fico, pr�ctico,
estupendo, �til, ventajoso, econ�mico, hermoso, ideal, nuevo.
�Necesita el lector leer todo eso? �No suenan como insultos a su
inteligencia? Tal vez ser�a mejor ocupar ese espacio para centrarse en
las caracter�sticas. Que el lector complete el resto. Que opine cuando �l
quiera, en lugar de inducirle los adjetivos.
Un resultado paradojal: la editorial italiana Demetra ha comenzado a
publicar versiones �ntegras de grandes cl�sicos de la literatura. Con
una particularidad: los p�rrafos m�s importantes aparecen en una
tipograf�a mayor. Y ellos corresponden casi siempre a los di�logos o las
escenas de acci�n. Las descripciones quedan en tipograf�a peque�a.
Ambig�edades positivas y negativas
Un famoso champ� anticaspa de
Argentina ten�a por slogan �Para la caspa�. Cuando se lo usaba en
televisi�n, el locutor lo dec�a de tal modo que todos se preguntaban si
se refer�a al verbo parar o al
adverbio.
Ese es un ejemplo de ambig�edad positiva. La doble interpretaci�n
siempre tendr�a que remitir a algo bueno para el producto, sin que quede
lugar para las dudas.
El extremo opuesto, una ambig�edad negativa: �Televisores Mega. Son lo
que t� ves.� �Qu� habr� querido decir el redactor con esta frase? �Que
son lo que se ve? �Que no son nada m�s que eso? �Que son los
televisores que ve todo el mundo? �D�nde los ven? �En sus casas, en los
avisos o en las vidrieras?.
El manejo de la ambig�edad es un arte complejo. Si
se lo utiliza, es preciso asegurarse de que la ambig�edad vaya en un solo
sentido, se la tome como se la tome. Si no, es aconsejable volver al
seguro terreno de lo directo y sencillo.
Selecci�n de palabras
Dunn sugiere ocho claves a la
hora de elegir las palabras para un texto:
1. Pensar en el receptor. Es muy
�til hacerse una imagen de la persona que podr�a comprar el producto.
Pero no en t�rminos de �Mujeres, activas, nivel socioecon�mico
ABC1�. Hay que repasar el archivo mental de personas que cada uno lleva
en su interior. De esa manera se encontrar� con la que se parece a la que
hay que contactar a trav�s del aviso. Es preciso imaginar cada una de sus
costumbres: �toma jugo de naranja en el desayuno?, �paga sus facturas en
el banco o por d�bito autom�tico?, �hace las valijas con mucha
anticipaci�n o pone lo primero que encuentra en un bolso a �ltimo
momento?
No se trata de detalles intrascendentes. Con todos ellos se puede ir
armando el identikit de su personalidad. Y s�lo entonces se sabr� c�mo
dirigirse a ella. En marketing directo, cuando se trata de escribir una
carta, existe una vieja recomendaci�n: redactar como si uno se dirigiera
a un amigo que vive lejos. En publicidad, vale lo mismo. S�lo por un
instante, resulta necesario imaginarse que alguien le pide al redactor que
le prepare una carta dirigida a una persona de la que no conoce nada. Lo m�s
probable es que no se sepa por d�nde empezar.
2. Evitar los regionalismos o
vulgarismos, a menos que sea preciso. Un buen texto publicitario deber�a
ser entendido por, al menos, todo el pa�s del medio de comunicaci�n
donde se publica. Los vulgarismos, que suelen proceder del lenguaje
coloquial, son muy filosos y su uso es conflictivo. Es preciso tener en
cuenta que no todo lo que se dice puede ser trasladado al papel.
3. Usar palabras extranjeras s�lo
cuando sea imprescindible. Es cierto que el ingl�s cada vez tiene m�s
presencia en el idioma espa�ol. Pero abusar de las palabras en esa lengua
hace que el texto termine sonando rid�culo. Por m�s que la pretensi�n
del redactor fuera que sonara internacional o moderno. Si se puede
utilizar una palabra espa�ola de reemplazo, es mejor usarla.
4. Preferir las palabras espec�ficas
a las gen�ricas. �Desconf�e de quien en lugar de decir auto, dice veh�culo�:
as� terminaba a veces el comentario de un conocido periodista radial.
En lugar de cuberter�a, es mejor cubiertos.
En vez de musculatura, m�sculos.
Las palabras gen�ricas levantan una pared entre el redactor y el lector.
Uno queda en la cima y el lector abajo, muy abajo. No es bueno humillar a
quien va a comprar un producto.
5. Eludir tecnicismos, salvo en
textos especializados. Si se puede escribir dolor
de barriga, �por qu� escribir dolor
abdominal? S�lo los textos t�cnicos destinados a expertos admiten
palabras cient�ficas y t�cnicas. En publicidad, raramente un redactor
tendr� la oportunidad de escribir un texto de ese tipo. Por otra parte,
para ello no necesitar�n de un redactor publicitario, sino un redactor
cient�fico, un periodista especializado o, directamente, un cient�fico
con un buen dominio del idioma.
6. Eludir la jergas
intraempresarias. Cierta vez, una compa��a de seguros ten�a una
cobertura llamada internamente Vivehi,
para proteger las viviendas y veh�culos de las personas. Sus ejecutivos
insist�an en utilizar esa palabra en un folleto. Es funci�n de redactor
desalentar esa tendencia.
7. Chequear el significado
exacto de cada palabra. Definitivamente, no es lo mismo millonario
que solvente. Si hay dudas, la
intuici�n no es una buena gu�a. El redactor no tiene obligaci�n de
adivinar significados. Puede remitirse al diccionario cuantas veces sea
necesario.
8. Cuando no exista una palabra
exacta, habr� que inventarla. El redactor tiene todo el derecho a crear
palabras. Pero para que sean comprensibles para el p�blico, y no s�lo
para �l, ellas deben respetar algunas normas. Un ejemplo es cliquear,
o hacer clic con el mouse de la computadora. Siendo una palabra que no ha
ingresado a�n a los diccionarios, es f�cilmente comprensible para las
personas relacionadas con la inform�tica. Se deriva de click, la onomatopeya del mouse. Y se concluye su construcci�n con
una de las tres terminaciones de los verbos del espa�ol. La palabra es
inventada, pero es comprensible.
Las oraciones
Dunn opina que las oraciones:
1. Tienen que ser cortas. En
ingl�s, 25 palabras alcanzan para expresar en una oraci�n cualquier
pensamiento, por complejo que sea. En espa�ol, se necesita un poco m�s
de palabras.
2. En cada oraci�n una idea y
su respectivo verbo. O dos a lo sumo.
3. Una oraci�n es m�s
contundente cuando el verbo la encabeza o est� lo m�s cerca posible del
principio.
4. El verbo en voz activa es m�s
categ�rico que en voz pasiva.
5. Las frases hechas deben ser
evitadas.
6. Hay que evitar en las
oraciones las intercalaciones �incisos�.
7. Cuando una oraci�n es muy
larga, es mejor acortarla.
Adjetivos
1. No se deben juntar adjetivos
que expresen lo mismo, como en un
auto r�pido y veloz, o con un
servicio de a bordo c�lido y cordial. Eso indica falta de s�ntesis y
de vocabulario por parte del redactor.
2. Es conveniente usar adjetivos
�nicamente cuando el sustantivo s�lo no alcance para decir solo lo que
se debe decir. La frase un motor de
8 cilindros, �es mejor
que esta: un poderoso motor de 8 cilindros?
3. No emplear adjetivos difusos.
Si se lo hace, completarlos con datos. Conviene m�s escribir desde la habitaci�n puede verse el bosque de arrayanes que una
hermosa vista desde la habitaci�n.
4. Hay que ubicar al adjetivo
junto al sustantivo al cual modifica. Por ejemplo, es mejor cuentos de suspenso para ni�os que cuentos para ni�os de suspenso.
Son, tambi�n, consejos de
Watson Dunn.
Los signos de puntuaci�n
Daniel Cassany indica que �A
lo largo de tres siglos, se incrementa el uso del punto en detrimento del
de la coma. Tambi�n desciende el uso del punto y coma, mientras que los
dos puntos se mantienen. Estos cuatro datos parecen apuntar a una
tendencia moderna a abreviar o cortar las oraciones�.
Como prueba, aporta un curioso estudio hecho por Thorndike, sobre la
distribuci�n relativa de la puntuaci�n por cada mil signos. All� se
descubre que en el siglo XVIII Daniel Defoe hace uso de 718 comas y 134
puntos. En el XIX, Walter Scott emplea 687 comas y 177 puntos. Y en el
siglo XX, H.G. Wells coloca 441 comas y 337 puntos.
Parece la cr�nica anunciada de la muerte de la coma. Sin embargo, d�nde
ubicar una coma en los textos sigue siendo tema de discusi�n entre
anunciantes y redactores.
1. Si la frase es muy larga, no
se la debe cortar con comas. Es aconsejable usar punto aparte, o punto
seguido.
2. Si no se nota a simple vista
que la frase es extensa, hay que tratar de leerla en voz alta. Cuando se
sienta que no alcanza el aliento, es porque se est� frente a una oraci�n
demasiado amplia. Es el mejor indicador de que esa frase necesita ser
podada o desgajada. Pero no habr�a que abusar de este m�todo: el
lenguaje oral no necesariamente se corresponde con el escrito.
3. Es perfectamente correcto
poner una coma antes de una �y� como en cuotas
mensuales, cuotas semestrales y decrecientes, y cuotas anuales. (A
prop�sito: tambi�n es v�lido empezar una frase con �Y�.)
Asimismo, en una enumeraci�n la coma puede reemplazar a la �y� como
en una publicaci�n actual, bien
escrita, imprescindible.
4. Cuando una coma incomoda, hay
que tratar de quitarla y ver el resultado. Es necesario que no cambie el
sentido: estamos como siempre,
esperando su visita, y estamos,
como siempre, esperando su visita.
5. Es preciso notar si cierta
parte de la frase podr�an colocarse entre par�ntesis: El
Banco Pan de Az�car con tres sucursales en Maldonado le brinda una
ventaja adicional. Resulta claro que con
tres sucursales en Maldonado podr�a ir a modo de aclaraci�n. Una
funci�n que bien puede quedar a cargo de un par de comas: El Banco Pan de Az�car, con tres sucursales en Maldonado, le brinda una
ventaja adicional.
6. Un �ltimo recurso es pasarle
el texto a otra persona y pedirle que lo lea para s�. Una visi�n externa
puede ser m�s objetiva que la de quien ha estado demasiado tiempo
sumergido en una frase.
Por �ltimo, los puntos
suspensivos pueden ser muy �tiles en los textos literarios, pero en
publicidad no son funcionales.
Lo errores m�s habituales de
la redacci�n
Volviendo a Dunn, �ste advierte
cu�les son los errores que aparecen m�s a menudo:
1. No poner lo importante.
Sorprender�a saber lo habitual que es este problema. Lo importante a
menudo resulta obvio para el anunciante o para el redactor. Y lo obvio no
se menciona porque es justamente eso, obvio. Lo que es obvio para uno no
siempre lo es para el consumidor. Es preciso volver a una inocencia total,
que permita ver el producto desde los ojos del lector del aviso.
2. Exagerar. �Alguien escuch�
hablar de las sobrepromesas? Est�
bien acentuar caracter�sticas, destacar prestaciones. Pero la exageraci�n
tiene un l�mite que est� dado por el sentido com�n. Por otro lado,
algunas exageraciones pueden ir directamente contra las leyes de protecci�n
al consumidor.
3. Repetir. Cuando dicen que la
clave de la publicidad es la repetici�n, no se est�n refiriendo a
repetir conceptos dentro de un texto. Un texto con reiteraciones, lejos de
reafirmar lo que dice, lo �nico que produce es aburrimiento.
4. Las vaguedades. No es lo
mismo afirmar que un auto puede hacer 100
km con 15 litros de nafta, que decir que puede
andar largas distancias con bajo consumo de combustible. Todo lo que
es preciso excita la mente, demuestra seriedad, se presenta como una foto
a los ojos de quien mira el folleto.
5. Decir cosas innecesarias. Un
texto con palabras de m�s puede deberse a que el redactor necesitaba
llenar espacio, o le resultaba imposible diferenciar lo importante de lo
accesorio. Como se acostumbra decir en arquitectura, tambi�n en la
redacci�n muy a menudo �Menos es m�s�.
6. Caos. Nadie ha probado que
exista una relaci�n directa entre un escritorio desordenado y una mente
desordenada. Pero es muy probable que quien no tenga sus ideas en orden no
pueda expresarlas con total claridad. La confusi�n en un texto crea
confusi�n en el lector, y el lector confundido pasa r�pidamente a otro
tema. El lector de un aviso no tiene ninguna obligaci�n de leerlo. S�lo
admitir� textos complicados en libros de estudio o cualquier material que
tenga aut�ntica necesidad de leer. El fil�sofo Descartes suger�a cuatro
pistas para alejarse de la confusi�n:
. Segmentar toda cosa dif�cil
en tantas porciones como sea necesario para que pueda entenderse mejor.
. Establecer un orden jer�rquico
para los pensamientos. Primero los m�s comprensibles, luego los m�s
complejos. Todo de manera gradual.
. Construir enumeraciones
completas que no dejen nada fuera.
. Jam�s dar por verdadero ning�n
hecho a menos que sea evidente. No incluir en los juicios aquello que no
se presente al esp�ritu en forma clara y distinta.
Aquello de que un texto parece m�s
inteligente cuanto m�s complejo es, puede servir para otras actividades.
No para la publicidad.
Las sugerencias de Vonnegut
Kurt Vonnegut dio estos consejos
para redactar mejor:
1.
Hacer todo simple
2.
No irse por las ramas
3.
Escribir sobre algo que a uno le importe
4.
Sonar familiar
5.
Apiadarse del que lee
6.
Ser valiente para cortar.
Finalmente, este es el texto de
un memorandum escrito por David Ogilvy y dirigido al directorio de su
agencia, para que lo diera a conocer entre todos los colaboradores:
7 de septiembre de 1982
C�mo
escribir
Si
toda la gente que trabaja en nuestra compa��a pasara por un examen de
redacci�n, las puntuaciones m�s altas ser�a adjudicadas a los catorce
Directores.
Cuanto mejor escribes y redactas, m�s arriba puedes llegar en Ogilvy
& Mather. La gente que piensa
bien, escribe bien.
La gente que no sabe pensar de una forma clara y ordenada redacta
memorandums, cartas y discursos confusos y desordenados.
Escribir y redactar bien no es un don natural. Hay que aprender
a escribir bien. He aqu� diez cosas que ayudan a conseguirlo:
1.
Lea detenidamente el libro de Roman-Raphaelson sobre redacci�n (Writing
that works, Harper & Row, 1981.) L�alo tres veces.
2. Escriba tal y como habla. Con naturalidad.
3. Utilice palabras cortas, frases cortas y p�rrafos cortos.
4. No utilice nunca palabras pertenecientes a la jerga de los negocios,
como reconceptualizar, desmasificaci�n, dimensionar
o valorizar. Ese tipo de
palabras son t�picas de los idiotas y los pretensiosos.
5. Nunca escriba m�s de dos p�ginas sobre ning�n tema.
6. Compruebe sus citas.
7. No mande nunca una carta o un memorandum el mismo d�a en que los haya
redactado. L�alo en voz alta al d�a siguiente... y d�le un repaso.
8. Si el escrito contiene algo importante, hable con alg�n colega suyo
para que lo mejore.
9. Antes de mandar su carta o memorandum, aseg�rese de que deja
perfectamente claro qu� le est� pidiendo con �l a quien lo reciba.
10. Si quiere ACCI�N, no escriba.
Vaya a ver a esa persona y d�gale
lo que quiere.
Buscando
una respuesta
Siempre
que sea posible es bueno encontrar la manera de que quien lee el folleto d�
una respuesta:
.
Incluyendo un n�mero 0-800, una direcci�n de e-mail o el nombre del site
. Incluyendo un tel�fono del departamento de ventas
. Mencionando el tel�fono o la direcci�n del centro de atenci�n al
cliente
. Ofreciendo informaci�n sobre los locales m�s cercanos al lector, a
trav�s de un
tel�fono
. Si se desea que el lector visite la empresa, mencionando qu� camino
tomar o qu�
medio de transporte es el m�s adecuado. O mejor: reproduciendo un
mapa claro y
simple
. Colocando un cup�n para enviar por fax o por correo, o una direcci�n
de e-mail,
para solicitar muestras o cat�logos, o pedir la visita de un
vendedor
Jam�s
se debe omitir mencionar al final del folleto la direcci�n completa y el
tel�fono de la empresa. Sigue siendo sorprendente el n�mero de empresas
que distribuyen folletos sin permitirle al lector saber c�mo o d�nde
conseguir lo que ofrecen.
Esto quiz�s no sea v�lido para productos masivos que, por ejemplo,
pueden adquirirse en cualquier supermercado. Pero incluso en este caso no
estar�a mal incluir el n�mero del centro de atenci�n al cliente.
El
folleto en funci�n del aviso para gr�fica
Si
el folleto no forma parte de una campa�a publicitaria, no es necesario
que se una a un estilo predeterminado.
En cambio, si es una pieza m�s de la comunicaci�n masiva de un producto,
resulta aconsejable que el folleto responda a la l�nea creativa general.
La raz�n est� en que es preciso que unas fuerzas potencien a otras. Y si
alguien ya ha visto un buen n�mero de avisos sobre, por ejemplo, un nuevo
auto deportivo, es m�s que recomendable que el folleto tenga alg�n nexo
con esos avisos. No necesariamente el mismo titular, pero s� una uni�n
visual o ling��stica.
De ese modo, el folleto entra de inmediato en el campo de conocimiento de
quien lo recibe: as� el lector parte de algo conocido y est� en
disposici�n de asimilar m�s datos.
A la vez, es importante evitar que el folleto sea una transcripci�n
literal del aviso. En el folleto hay m�s cent�metros disponibles y es
aconsejable explicar en detalle qu� prestaciones tiene el auto deportivo,
cu�nto consume, qui�n y d�nde se fabrica, qu� garant�as presenta.
Valor informativo: cuando un folleto no parece un folleto
Aunque
todo el mundo diga que a la gente no le gusta leer, no habr�a que olvidar
que, hoy por hoy, el bien m�s preciado es la informaci�n.
Y dar informaci�n es algo que siempre es bienvenido. Siempre, claro est�,
que esa informaci�n sea precisa, �til y est� adecuadamente presentada.
Los ejemplos de folletos antes citados son exponentes de piezas con buena
informaci�n. Es tan buena, que el autor los conserv�, porque no parecen
folletos. Parecen casi art�culos sobre ciertos temas.
�Qu� le gustar�a al redactor que la gente haga con el folleto que
escribi�? �Que lo guarde? �Que lo tire en la primera papelera que
encuentre por la calle, aunque est� dentro del alcance de la vista de la
promotora que se lo entreg�?
Si se tiene la respuesta a esas preguntas, necesitar� una afirmaci�n
para responder a una cuesti�n central: �se cuenta con
la suficiente informaci�n sobre el producto o servicio sobre el
cual escribir en el folleto?
Pero, �qu� sucede con los folletos de productos masivos, que quiz�s no
tienen mucho que explicar?
En una promoci�n realizada en supermercados de Punta del Este, Uruguay,
para dar a conocer una bebida hecha a base de hierbas, junto con la
degustaci�n se entregaba un folleto muy completo.
No s�lo explicaba las virtudes de la bebida, sino que adem�s conten�a
crucigramas, juegos de similitud visual, criptogramas.
Naturalmente, el producto y sus distintos gustos eran el tema central de
los juegos de ingenio. Pero estaban mostrados de una forma que los volv�a
realmente atractivos.
Para
finalizar, el siguiente texto corresponde a un folleto dedicado a difundir
un nuevo libro policial. El mismo incorpora distintos argumentos de venta
y, a modo de muestra gratis, citas textuales de la obra.
En
la portada se le�a:
El
alienista
Caleb
Carr
Novela
En
el interior:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. D�cese del m�dico especialmente
dedicado al estudio y curaci�n de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
�Acaso
el mayor m�rito de Carr resida en su capacidad para reinventar la novela
criminal (cuando ya parec�a que no se pod�a ni parodiarla), ofreci�ndonos
no la �ltima sino la primera novedad. El autor ha imaginado con gran
esfuerzo c�mo pod�a desarrollarse una investigaci�n criminal en la �poca
en que las t�cnicas b�sicas de la criminolog�a apenas se hab�an
inventado.� GQ (Inglaterra).
En
las p�ginas 2 y 3:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. D�cese del m�dico especialmente
dedicado al estudio y curaci�n de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
Nueva
York, 1896: todo estaba por descubrir.
Hab�a
un asesino suelto. Hab�a un alienista suelto.
Oleadas
de inmigrantes llegaban a la ciudad. Al bajar del barco eran registrados
con nombres inveros�miles y pasaban a engrosar la enorme poblaci�n de
proletarios que se hacinaban en los barrios bajos de la ciudad.
La
cotizaci�n de la vida humana era pr�cticamente nula.
Algunos
pillos se aprovechaban de las circunstancias para manipular a las masas.
Casualmente, los agitadores resultaban ser due�os de prost�bulos y
lugares de ocio de naturaleza diversa.
La
ciudad apenas iniciaba el desarrollo vertical que luego la har�a famosa.
La especulaci�n de todo tipo era el motor de la vida cotidiana.
Si
uno se hartaba de tanto caos, siempre le quedaba el recurso de zamparse
una exquisita comilona en Delmonico�s. Siempre que pudiera pagarla,
claro.
Era
dif�cil jugar a polic�as y ladrones porque la corrupci�n estaba tan
extendida entre el cuerpo policial que nadie los distingu�a.
Theodore
Roosevelt dirig�a la polic�a de la ciudad. Ni siquiera imaginaba que con
el tiempo ser�a presidente de Estados Unidos.
Por
las calles de la ciudad circulaban carros y calesas. Tras las cortinas de
sus ventanillas se cerraban negocios de valor incalculable.
El
�nico m�todo de investigaci�n conocido se basaba en la intimidaci�n de
los testigos y la manipulaci�n de pruebas.
P�ginas
4 y 5:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. D�cese del m�dico especialmente
dedicado al estudio y curaci�n de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
Galer�a
de personajes
Un
asesino: del cual, por razones obvias, no adelantaremos ni el nombre.
Theodore
Roosevelt: antes de ser presidente de Estados Unidos, dirigi� la polic�a
de Nueva York. En la novela, encarga la investigaci�n del caso a un
equipo formado por los siguientes personajes:
John
Moore: periodista de sucesos. (N. del A: casos policiales). Pide la
excedencia (N. del A: licencia temporal, sin goce de sueldo) para poder
centrarse en la investigaci�n del caso. Es el narrador de la historia.
Los
hermanos Isaacson: dos agentes reci�n llegados de Suiza, donde se han
formado en las m�s recientes t�cnicas de investigaci�n (con detalles
tan �avanzados� como el conocimiento de las huellas dactilares).
Sara
Howard: la primera mujer polic�a de Nueva York. Aporta al grupo puntos de
vista que ninguno de los hombres se habr�a planteado sin ella.
Laszlo
Kreizler, el alienista: todos admiran en silencio su capacidad de penetrar
en la mente humana. Est� obsesionado por el m�todo. Sabe tanto de locos
que, en m�s de una ocasi�n, todo el mundo sospecha de que �l mismo lo
est�. Se rodea de extra�os personajes del mundo criminal de Nueva York a
los que ha salvado de la c�rcel alegando que sufr�an enajenaciones
mentales. Movidos por el agradecimiento, ellos est�n dispuestos a
defenderlo a muerte. Lo m�s peligroso est� dentro de su propia mente.
P�ginas
6 y 7:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. D�cese del m�dico especialmente
dedicado al estudio y curaci�n de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
El
�ltimo, tonto.
El
equipo investigador no sabe absolutamente nada del asesino. Cada d�a, los
cinco miembros se re�nen y, ante una pizarra, exponen las novedades.
Luego, met�dicamente dirigidos por el alienista, tratan de llegar a
alguna conclusi�n racional. Deben averiguar el aspecto f�sico del
asesino, su edad, su procedencia, su profesi�n, los motivos que impulsan
sus actos... Todo.
Convencidos de que cada peque�o hallazgo los llevar� a uno mayor, van
aprendiendo sobre la base de equivocarse.
Como la historia est� contada por uno de sus protagonistas, el lector no
puede evitar la sensaci�n de que est� progresando con ellos. Y, como
ellos, creer� estar siempre a punto de adivinar un detalle importante
para la resoluci�n del caso. A menudo tendr� prisa, se creer� capaz de
ir m�s r�pido que los investigadores. Pero, como bien lo dir�a el
propio doctor Kreizler, no hay que apresurarse demasiado: un eslab�n roto
echar�a a perder toda la cadena. De todas formas, por si quiere ir
practicando, ah� va una lista de lo que hay que averiguar acerca del
asesino:
�Qu�
relaci�n hay entre sus cr�menes aparentemente inconexos?
�Por
qu� comete errores, como si en el fondo deseara que lo descubrieran?
�Qu�
edad tiene?
�Qu�
aspecto?
�Tiene
alguna deformidad f�sica? (��Y por qu� habr�a de tenerla?�, dir�
el lector. Tiempo al tiempo.)
�D�nde
aprendi� a comportarse as�?
�C�mo
se las arregla para escapar, por mucho que lo vigilen?
�Cu�ndo
volver� a matar?
�Cu�ndo
cometer� el fallo definitivo?
P�ginas
8 y 9:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. D�cese del m�dico especialmente
dedicado al estudio y curaci�n de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
Unos
fragmentos para irse preparando.
��Roosevelt,
�has perdido tu juicio holand�s? �Un alienista? �Un psic�logo? Ya te
has creado un enemigo en cada oficial veterano del cuerpo y, por si fuera
poco, en la mitad de la Junta de Comisarios. En buena parte de los garitos
de la ciudad ya se hacen apuestas a que antes del D�a de la Independencia
te habr�n despedido. Si se extiende la noticia de que has metido en esto
a alguien como Kreizler... Bueno, ser�a mejor que contrataras a un brujo
africano.
Laszlo Kreizler solt� una carcajada.
�Probablemente es as� como se considera la mayor�a de nuestros
ciudadanos. Moore tiene raz�n, Roosevelt... El proyecto tendr�a que
llevarse a cabo en absoluto secreto.
Roosevelt asinti�.
�Soy consciente de las realidades de la situaci�n, caballeros. Se har�
en secreto.
(...)
�Si esto llegara a descubrirse me costar�a el cargo �dijo Roosevelt,
sin que se le viera realmente preocupado�. Me pregunto si eres
consciente, doctor, de hasta qu� punto tus trabajos asustan e irritan a
la gente que dirige esta ciudad, tanto en el mundo de la pol�tica como en
el de los negocios. El comentario de Moore sobre el brujo africano en
realidad no era una broma.�
��Sara,
con todas las profesiones que actualmente se les abren a las mujeres, �por
qu� insistes en �sta? Con lo lista que eres, podr�as llegar a cient�fica,
doctora...
�Y t� tambi�n, John �replic� secamente�. S�lo que no te apetece
serlo. Y ya que estamos de confidencias, te dir� que a m� tampoco.
Sinceramente, a veces eres el m�s est�pido de los hombres. Sabes muy
bien qu� es lo que quiero. �Como tambi�n lo sab�an todos los amigos
de Sara: quer�a ser la primera mujer polic�a de la ciudad.
�Pero vamos a ver, Sara. �Acaso te hallas cerca de tu objetivo? A fin
de cuentas no eres m�s que una secretaria.
Me sonri� amablemente, aunque con el mismo toque de dureza que antes.
�S�, John... Pero ya estoy en el edificio, �no? Hace diez a�os, habr�a
sido imposible.�
P�ginas
10 y 11:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. D�cese del m�dico especialmente
dedicado al estudio y curaci�n de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
�No
se hab�a publicado nada en la prensa sobre aquellos asesinatos, aunque la
cosa no ten�a nada de extraordinaria. Tal como Roosevelt hab�a dicho,
los asesinatos que parec�an no tener soluci�n y que se perpetraban entre
los pobres o los marginados apenas aparec�an en informes de la polic�a,
y desde luego no se investigaban; y cuando las v�ctimas pertenec�an a
segmentos de la sociedad cuya existencia por lo general no se reconoc�a,
entonces las posibilidades de que su muerte saliera en los peri�dicos
eran pr�cticamente nulas. Por un momento me pregunt� qu� har�an mis
editores si les suger�a publicar un reportaje (N. del A.: art�culo
extenso) sobre un muchachito que se ganaba la vida pint�ndose como una
prostituta y vendiendo su cuerpo a hombres maduros (la mayor�a de ellos
aparentemente respetables), al que hab�an apu�alado horriblemente en un
oscuro rinc�n de la ciudad. Sin duda tendr�a suerte si consegu�a que no
me despidieran; aunque lo m�s probable es que me internaran en el
manicomio de Bloomingdale.�
�Kreizler
era conocido entre los pacientes �as� como en los �mbitos criminales,
m�dicos y legales de Nueva York� como el hombre cuyo testimonio en los
tribunales o en una audiencia sobre salud mental podr�a decidir �m�s
que cualquier otro alienista del momento� si a una determinada persona
se la deb�a enviar a la c�rcel, a las dependencias en cierto modo menos
horrorosas de una instituci�n mental, o si pod�a regresar a la calle.
Por tanto, en el momento en que se le descubr�a en un lugar como el
Pabell�n de los Locos, las habituales exclamaciones de locura daban paso
a un misterioso intento de comunicaci�n coherente por parte de la mayor�a
de los internos. S�lo los no iniciados y los enfermos sin remisi�n
continuaban con su delirio. Y a�n as�, el efecto de aquella repentina
disminuci�n del sonido no era del todo tranquilizador. De hecho, en
cierto modo era peor para los nervios, pues sab�amos que el intento de
establecer el orden era forzado, y que las oleadas de angustia pronto
volver�an de nuevo como ascuas encendidas, protestando ante la
transitoria supresi�n del chorro de agua.�
P�ginas
12 y 13:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. D�cese del m�dico especialmente
dedicado al estudio y curaci�n de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
�Mientras
Sara segu�a en el extremo de la azotea, los dem�s nos pusimos a recoger
el equipo de Isaacson y a borrar todas las huellas de nuestra presencia,
sobre todo las peque�as manchas de polvos de aluminio y de carb�n que
salpicaban la zona. Y mientras lo hac�amos, Marcus se puso a comentar que
la mitad de los asesinatos que pod�amos asignar con seguridad a nuestro
hombre hab�an ocurrido en las azoteas... Un hecho significativo, ya que
en 1896 las azoteas de Nueva York eran rutas alternativas, pero aun as�
concurridas, de viajes urbanos, sustitutos en las alturas de las aceras de
abajo, repletas de sus particulares medios de circulaci�n. Sobre todo en
los barrios pobres y superpoblados, una determinada gente a veces
realizaba todos sus negocios sin bajar siquiera a la calle: no s�lo
acreedores buscando que les pagaran, sino fontaneros y ministros de la
Iglesia, vendedores, enfermeras y dem�s. Los alquileres de aquellos
apartamentos a menudo sub�an en proporci�n inversa a la cantidad de
ejercicio que se requer�a para llegar a un piso determinado, y de ah�
que los residentes m�s desafortunados fueran los que ocupaban los pisos
superiores de los edificios. Los que ten�an negocios con los m�s pobres
de los pobres, en vez de afrontar repetidamente las empinadas y a menudo
peligrosas escaleras, se limitaban a pasar de un piso superior a otro a
trav�s de las azoteas. Es cierto que a�n no sab�amos c�mo llegaba a
ellas nuestro hombre, pero estaba claro que una vez all� se desenvolv�a
con habilidad. Por tanto, val�a la pena explorar la posibilidad de que en
alg�n momento hubiera desempe�ado, o a�n desempe�ara, algunos de esos
trabajos que obligaban a transitar por las azoteas.�
P�ginas
13 y 14:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. D�cese del m�dico especialmente
dedicado al estudio y curaci�n de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
�Qu�
se puede hacer con esta novela? Alienarse.
Emocionarse
morderse las u�as
aprender
imaginar
entretenerse
gozar
engancharse
viajar
experimentar
estremecerse
leer
sin parar
implicarse
expandir la mente
evocar
enternecerse
alucinar
sufrir
un poco.
10
actividades alternativas para mayor disfrute de El alienista.
1.-
Intentar adivinar qui�n es el asesino antes que el doctor Kreizler.
2.-
Intentar detener la lectura en la mitad del libro sin sufrir el s�ndrome
de
abstinencia.
3.-
Pensar cu�ntos conocidos podr�an ser asesinos natos sin que nosotros lo
sospechemos siquiera.
4.-
Admirar la belleza de la portada.
5.-
Regalarlo a un amigo.
6.-
Regalarlo a un enemigo.
7.-
Imaginar que uno tambi�n podr�a haber escrito una historia tan
fascinante
como �sta.
8.-
Desear que por fin llegue la pel�cula.
9.-
Pelearse con la pareja para decidir a qui�n le toca leerlo esta noche. (O
tener dos ejemplares.)
10.- Si ha perdido
la pelea, vengarse insistiendo en que su pareja apague la
luz de una vez.
Contraportada:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. D�cese del m�dico especialmente
dedicado al estudio y curaci�n de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
Te
atrapar�.
Ediciones
B.
Grupo
Zeta.
� 2001, Ricardo Palmieri
Art�culo extra�do del libro En
pocas palabras. Manual de redacci�n publicitaria para
avisos gr�ficos y
folletos. Buenos Aires, La Cruj�a,
2003.

(*) Ricardo Palmieri es
redactor publicitario, especialista en marketing directo
e interactivo.
Est� al frente del estudio Redacci�n: Palmieri. Es profesor
universitario
y autor de En pocas
palabras. Manual de redacci�n publicitaria para avisos gr�ficos
y
folletos, editado por La Cruj�a.
Puede ser
contactado a trav�s del e-mail [email protected]
y del tel�fono +(54)(11) 4703-2125.
En pocas palabras. Manual de redacci�n
publicitaria para avisos gr�ficos y folletos.
Este libro, es quiz�s, la primer obra en espa�ol donde se
presentan reunidas las t�cnicas mas conocidas sobre la especialidad. Por
su estructura, constituye una herramienta sencilla, para toda persona
relacionada con la publicidad y la comunicaci�n. Por su contenido, es una
aproximaci�n al no siempre bien comprendido mundo de la creatividad
aplicada. Este texto incluye numerosos ejemplos, asi como secretos y
consejos para el surgimiento de las ideas y para el desbloqueo. Si desea
informaci�n acerca de c�mo adquirir este libro, por favor visite el
sitio web
de la editorial en www.lacrujia.com.ar
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ARRIBA
Nota de Patricio Peker: Si despu�s de leer el excelente art�culo de
Ricardo a
usted le ocurri� lo mismo que a mi, no s�lo tendr� muchas
ganas de leer su
libro "En pocas palabras", sino tambi�n:

"El Alienista" Edici�n de bolsillo
Caleb Carr
EDITORIAL PUNTO DE LECTURA
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